La historia de Balder (1)

Publicado por Hikari | Etiquetas: | Posted On lunes, 25 de julio de 2011 at 9:43

¡Bien! Por fin mi muchachote estará contento jaja Como ya anuncié la semana pasada, esta semana está reservada sólo para él :D Oh, y ya lo aviso, no hace falta haber leído The Lost Light para entender la historia... porque estas historias de los espíritus están basadas en hechos que sucedieron 1000 años antes de la época en la que está basada TLL, así que si queréis leerla adelante, a ver si os enamora como a mí *-*


     Balder era hijo de una familia de campesinos. Nunca tuvieron mucho dinero y Balder, ya desde pequeño, quería dedicarse al trabajo en el campo para poder ayudar a sus padres. Tenía una hermana mayor que se casó joven con un caballero recién nombrado y cuando él apenas tenía 11 años quedó solo en casa con sus padres. Siempre les ayudaba alegre en las tareas del campo. Su padre siempre quiso que estudiara para hacerse un hombre hecho y derecho, pero Balder sabía que sus padres no podían permitirse el mandarlo a la escuela o a entrenar con los caballeros, así que prefería quedarse con ellos.
     Creció fuerte y bueno. Un día, con 14 años, vino su hermana con su marido a visitarlos, y a darles la noticia de que estaba embarazada. Todos se alegraron mucho. El marido de ella vio a Balder y le dijo que estaba muy fuerte, y que haría falta que entraran aprendices como él, que los que había visto eran bastante enclenques. Balder, con una sonrisa tímida, dijo que el mundo de la Caballería no era para él. El padre, cuando escuchó las palabras de su yerno, le preguntó si podía colocar a Balder entre los aprendices. Él le dijo que seguro que sí, siempre y cuando Balder quisiera. Balder no estaba muy convencido, pero viendo que su padre parecía emocionado con la idea, aceptó probar un día para ver cómo era.
     Al día siguiente, el marido de su hermana habló con el entrenador, para ver si podía colarlo en la práctica. En teoría, antes de empuñar un arma, debía aprender estrategias de combate y características de cada arma, pero el cuñado decidió meterlo directamente en el entrenamiento para que le cogiera el gusto a la batalla. El entrenador hizo una excepción y le dejó participar. Balder tenía un poco de vergüenza porque ahí había un montón de jóvenes con experiencia que lo miraban con superioridad.
     – Vaya, ¡estás muy fuerte! – dijo el entrenador – Así me gusta, chaval. A ver, dime, ¿qué arma te gustaría?
     Balder miró todas las armas que habían apoyadas en la pared: había espadas, arcos, lanzas… todo tipo de armas que él veía que necesitaban bastante destreza. Entonces vio un hacha. Pensó que le sería fácil manejarla, puesto que tenía algo más de dominio por cortar los troncos para la chimenea.
     – Anda, ¿un hacha? – preguntó el entrenador entre sorprendido y contento – Eres el primer hachero de este grupo.
     Balder los miró. Había muchos espadachines, los cuales lo miraban con cara de soberbia. Él sabía lo que estaban pensando, que alguien como él sobraba allí. Y aunque se sentía rechazado, él estaba allí por su padre y el favor que le había hecho su cuñado, así que no podía defraudarlos. El entrenador le dijo que los ataques con el hacha a veces eran lentos, y que posiblemente necesitaría un escudo. Repartió unas armas que tenía de madera para que los muchachos practicaran. Les iba enseñando movimientos según el estilo de arma. Balder repetía los movimientos que le enseñó el entrenador, pero adaptándolos un poco para que le fuera más fácil a él de controlar el hacha. Eso pareció gustarle al entrenador. Cuando se acabó el entrenamiento, Balder dejó el hacha y el escudo de madera y se marchaba, cuando el entrenador lo paró para hablar con él.
     – Tienes buenas cualidades de guerrero, muchacho – dijo el entrenador alabándolo.
     – ¿En serio? – preguntó Balder sorprendido.
     – Sí, sí. La verdad es que podrías tener futuro. ¿Seguro que no te interesaría ingresar en la Caballería?
     – No sé… tendría que consultarlo.
     – ¿Sabes leer?
     – Sí… ¿por? – preguntó Balder confuso.
     – Mira, te voy a dar este libro. Es de los que los muchachos se estudian para poder llegar a entrenar. Léetelo, ¿vale? Cuando sea que te lo acabes, te haré unas preguntas y si contestas bien, te dejaré entrenar oficialmente con nosotros. ¿Te parece?
     Balder, aunque había decidido trabajar en el campo, estaba realmente contento por las palabras del entrenador. Aquella noche empezó a leer el libro y se llegó a leer hasta un cuarto. Su padre estaba orgulloso de él.
     Al día siguiente no fue a entrenar, puesto que primero había de superar el examen que le iba a hacer el entrenador. A la hora de la comida, su madre le pidió que le cortara un poco de madera para el fuego, y Balder salió a fuera rápido. Cogió el hacha, ya un poco oxidada, y cortó los trozos de tronco para su madre. Con el hacha en la mano, se acordó del entrenamiento y realizó alguno de los movimientos que el entrenador le enseñó. Su madre lo miraba desde la ventana de la cocina, y disfrutaba viendo a su hijo entrenar. En seguida se acordó de la madera para su madre y se la llevó a la cocina. Su madre lo miró contenta.
     – Gracias, hijo – dijo ella sonriendo.
     – De nada – contestó él mientras salía de la cocina.
     – ¡Balder! – exclamó su madre.
     – ¿Sí?
     – Estoy segura de que llegarás a ser un gran caballero.
     Balder agradeció las palabras de su madre. Dos días más estudiando el libro que el entrenador le había dado. Logró pasar el examen y por fin pudo entrenar con el resto de aprendices.
     Pasó los años entrenando. Así llegó a los 18 años. Un día en el entrenamiento apareció una joven pidiendo ayuda. Su gato se había subido a un árbol y no podía bajar. El entrenador la echó de allí diciendo que tenían cosas más importantes que bajar gatos de árboles. La chica se marchó enfadada. Cuando acabó el entrenamiento, Balder fue a dar un paseo para despejarse. Por el camino, se topó con la muchacha que había irrumpido antes en el entrenamiento. Estaba intentando trepar al árbol donde su gato, asustado, había trepado.
     – ¿Te ayudo? – le preguntó Balder, aguantándose un poco la risa, porque le resultaba muy graciosa.
     – ¿Eh? – contestó ella mientras giraba la cabeza hacia él – Puedo yo sola, ¡GRACIAS! – dijo al ver que era uno de los caballeros.
     Entonces se quebró la pequeña rama donde había apoyado su pierna y Balder la cogió. La dejó en el suelo diciéndole que tuviera cuidado. Él se subió al árbol y bajó al gato con mucho cuidado. La chica, al ver la delicadeza con la que trataba al gato aquel chico tan grande y fuerte, quedó en seguida prendada de él. Balder le entregó el gato y la chica lo miraba embobada, mientras él le sonreía. Como la chica no decía nada, Balder dijo que se tenía que ir. Entonces la chica reaccionó y le preguntó que cómo podría agradecérselo. Balder le dijo que no era necesario y se marchó a su casa.
     Al día siguiente, mientras entrenaban, la muchacha lo miraba desde lejos, escondida. Cuando acabó el entrenamiento, y Balder ya se marchaba, la muchacha quería acercarse a hablar con él, pero sentía mucha vergüenza. Balder la vio de reojo y la saludó con la mano, con una sonrisa. La chica, con la mano a la altura del hombro, movió levemente los dedos para devolverle el saludo, con una sonrisa tímida en la cara y las mejillas sonrojadas.
     Los días pasaban y la muchacha siempre lo miraba de lejos. Un día, su hermana y su cuñado fueron de visita con su hijo, a verlo al entrenamiento.
     – ¡Tito Balder! – dijo Kazuki, su sobrino de 3 años.
     – ¡Hey, Kazuki, pequeñajo! – exclamó Balder, mientras lo cogía en brazos y lo levantaba.
     Balder saludó a su hermana y a su cuñado muy feliz, agradeciendo la visita.
     – ¿Qué? – preguntó el cuñado – ¿Cuándo tendrás la prueba para ser caballero definitivamente?
     – Pues el entrenador me ha dicho que dentro de poco.
     – ¡Pues ya mismo, entonces! – exclamó feliz el cuñado. – Con lo bien que hablan de ti, deberías haberla hecho hace un tiempo ya.
     – Ya, yo es que prefiero esperarme para ir más sobre seguro – contestó Balder.
     – ¿Y de mujeres qué tal? – preguntó la hermana – ¡Que ya tienes una edad! Deberías ir buscándote a una buena chica.
     – Siempre me dices lo mismo – contestó el tímido –, dame un respiro.
     Todos reían contentos. La muchacha desde lejos contemplaba la escena. Sentía que Balder de verdad era un buen chico, pero se sentía apenada por sentir vergüenza y no poder acercarse a él, además viendo que él nunca se acercaba a hablar con ella. A partir de ese día, dejó de ir a verle a los entrenamientos.




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