Vagaba algo perdida, dentro de aquel recinto. Buscaba en todas las columnas, pero no parecía estar el símbolo de Tzateia por ningún lado. Cansada, más que caminar se arrastraba, ya ni siquiera prestaba demasiada atención a las columnas. Pensaba que en todas las bibliotecas la localización era la misma, en la columna del centro de la estrella, pero allí no había columna, y en el resto no había nada escrito. ¿No había magos en aquel pueblo?
      Se disponía a salir, decepcionada por el fracaso de la búsqueda, cuando de pronto, en el mostrador del bibliotecario, vio el grabado del símbolo de Tzateia. No podía activarlo y entrar en la sala de libros de magia con aquel tipo rondando por allí, así que decidió esperar a que alguien requiriera sus servicios.
      Fingiendo ojear un libro, la niña observaba con atención al bibliotecario. Por fin llegó alguien a quien tener que ayudar, lo que significaba que por fin dejaría libre el mostrador. Casi gateando, se arrastró rápidamente hacia el grabado, y entonces pronunció “Tzateia, hala sum”. El símbolo se iluminó con una luz morada que, por suerte, sólo un mago podía ver. Atravesó la invisible puerta hacia el otro lado, y bajó por las escaleras, iluminadas por antorchas de luz también morada, hacia la Sala de Magia. El polvo de aquel lugar le indicaba que hacía mucho que ningún mago bajaba allí. “Y con razón…” pensó.