Eres un pequeño pez de agua dulce, que navega feliz a través del río, con muchos otros peces. Hay tramos en los que el río tiene menos agua y cuesta respirar, pero te esfuerzas por avanzar, para poder seguir tu camino. Hay algunos peces que se estancan, y requieren de tu positividad para seguir avanzando. Y de nuevo el río sigue su curso, fresco y claro.

Has pasado mucho para llegar hasta el final del río, soñando con lo que te encontrarás. Quizá sólo llegues a una charca, o quizá sea un hermoso lago. Pero sea que sea con lo que te encuentres, ansías con llegar ahí, cualquier cosa estará bien.

Sin embargo, sigues avanzando y la visión se te nubla. Hay algo extraño en el agua, una sustancia que te escuece y te hace daño. El mar está tan solo a unos metros de distancia. Un mar de aguas turbias, llenas de arena, algas y depredadores. Nunca imaginaste llegar a un lugar así. Te da miedo, porque no es lo que tú soñaste, tú jamás quisiste llegar ahí. Así que te das media vuelta e intentas nadar con todas tus fuerzas, intentando de huir de eso. Sin embargo, ves como tus amigos peces siguen avanzando, mientras tú te sigues preguntando “¿Por qué tanto esfuerzo en llegar a un lugar con el que tú nunca soñaste? ¿Ha valido la pena?”.

Y entonces abres los ojos. Estirado en la cama, mirando al techo, sintiéndote, de algún modo, vacío. ¿Tanto esfuerzo sirvió para algo? Las cosas no son para nada como tú lo soñaste en un principio. El final del camino no es tan dulce como tú querías que fuera, pero la corriente es demasiado fuerte como para luchar contra ella a estas alturas.

Lo más fácil sería dejarse llevar y adaptarse, aunque te acabes convirtiendo en un monstruo. Los más difícil es luchar contra la corriente, abandonando todo aquello por lo que luchaste, y apartándote de todas aquellas personas con las que viajaste en todo el camino. Y no quieres ninguna de las dos. ¿Por qué has de renunciar siempre a ser feliz? Y la única opción que queda parece imposible, pero es lo único que te queda. La única cosa a la que aferrarte.