Las clases terminaron y Hana tenía que ir al club, por lo que se despidió de sus amigos. Cuando acababa de salir por la puerta, Kato la llamó, y le pidió que por favor le esperara. Sorprendida y sin saber qué hacer, miró a Natsumi buscando una respuesta.
     – ¿De qué quieres hablar con ella tan en privado? – Natsumi utilizó un tono burlón, pero en su cara estaba escrito en mayúsculas “no te acerques a ella”.
     – No es asunto tuyo – dijo él, divertido, mientras se colgaba la bolsa de deporte del hombro. – Ve tirando al vestuario sin mí, Yoichi. En seguida voy.
     Los tres amigos que se quedaron en clase estaban todos igual de desconcertados. Pero aquella situación pesó más en el corazón de Ryosuke, quien se llevó las manos a la cara, para que nadie viera su rabia y su pena.
     – ¿Y bien? – Hana estaba nerviosa. Desde que discutieron no habían estado a solas los dos juntos. – ¿Qué querías?
     Kato no dijo nada, simplemente sonrió. Por algún motivo él también parecía nervioso. Se frotó la nuca y miró, desviando únicamente la mirada, a Hana, que caminaba a su lado.
     – Esto parecía más fácil cuando simplemente lo pensaba – decía, pero más que decírselo a ella, parecía estar pensando en voz alta. – Yo… me he portado fatal contigo. He sido un capullo y un imbécil, y cuando aún no lo había asumido del todo, Ryosuke me estampó esos dos conceptos en la cara ja, ja.
     Se estaba disculpando. Por unos instantes, Kato volvió a ser el mismo chico por el que Hana se había colgado hacía tiempo, y eso hizo que su corazón vibrara de la emoción, pero no quería dejarse llevar por esos sentimientos.
     – Realmente pensaba que sería imposible que me perdonaras – Kato prosiguió con su discurso, sin ser consciente de la batalla interna que sufría Hana. –, pero vuelves a hablarme y el sábado volvió a ser todo, por unas horas, como era antes de que se me fuera la pinza – parecía feliz. Quizá le había dado más vueltas al asunto de lo que creía Hana –. Así que, antes de asumir nada, quería saber si podrías perdonar mi estupidez.
     Allí estaba, el Kato dulce, con su media sonrisa y sus ojos brillantes, pidiéndole perdón. Quería perdonarlo, pero volviendo al punto únicamente de amistad. Sin embargo, en ese momento su cerebro era una red enmarañada de sentimientos, y ya no sabía si el calor que sentía en su pecho era orgullo, alegría o amor. Estaba bloqueada, y era incapaz de pronunciar palabra. Únicamente su rostro mostraba a Kato lo confundida que estaba.
     – ¡Da igual! – exclamó él de repente. En ese momento, Hana lo miró directamente a los ojos, y su corazón latió fuerte. – Lo entiendo. Realmente, yo tampoco me perdonaría. Je, je… Que vaya bien el club.
     Kato se despidió con la mano, y se marchó corriendo hacia el vestuario masculino. Sin embargo, mientras se alejaba, Hana, no pudo contener su cuerpo.
     – ¡Te perdono! – gritó, casi sin pretenderlo. Kato se volvió en ese momento, sorprendido. Una sonrisa empezaba a dibujarse en su rostro. – Que… ¡que vaya bien el club!
     Hana se despidió y se alejó de allí con un paso acelerado, que pronto se convirtieron en brincos, llenos de ansias de encontrar refugio en algún lado, donde poder dejar todo salir. No sabía qué le pasaba, por qué estaba así, si era pena o una felicidad tan desbordante que le dolía. Sin poder evitarlo, rompió a llorar, pero no quería dejar salir sus lágrimas, así que cogió todo el aire que le cupo en los pulmones, para intentar relajarse. Secó las pocas lágrimas que se habían escapado de sus ojos, y se cambió de ropa para comenzar el entrenamiento del club.