Pasó la primera hora de clase. Kato estaba sentado en su asiento, con su espalda curvada apoyada en el respaldo de la silla. Jugaba con un bolígrafo entre sus dedos. Hana se levantó para hablar con Natsumi los cinco minutos que tenían entre clase y clase. Al levantarse, Kato la miró y se puso en pie, dispuesto a hablar con ella. Caminando hacia ella, alguien lo agarró de la camisa de su uniforme.
      – ¿Dónde crees que vas? – preguntó Natsumi, que con su mano derecha lo agarraba de la camisa. Lo miraba con unos ojos molestos.
      – Tengo que hablar con ella – dijo Kato, liberándose de la mano de Natsumi.
      Hana lo vio y dio media vuelta. No tenía fuerzas y tampoco ganas de hablar con él, pero aún así, él se acercó a ella. Ella no decía nada. Kato sabía que no se iba a girar. Le miraba el cabello, siguiendo una línea recta hasta donde creía que estarían sus ojos si le viera la cara. Hana se estremeció.
      – Quería hablarte del otro día… – dijo Kato, con la voz ligeramente temblorosa por el enfado de su amiga. – No me porté bien contigo. Para nada. – Hizo una pausa, esperando que Hana se girara, pero ella siguió en su posición. Kato prosiguió – Supongo que tenía un mal día. Al enterarme de que sabías, bueno, eso, me puse nervioso… Este fin de semana le he estado dando vueltas y realmente me comporté como un capullo. Así que lo siento.
      – Gracias – dijo al fin Hana –. Gracias por disculparte. Pero, no te puedo perdonar. Ahora mismo… – Hana cogió aire – no puedo ni mirarte a la cara.
      Cabizbaja, salió de la clase, pasando por el lado de Kato, quien la miraba, sin mover sus pies del suelo, de reojo. Natsumi y Ryosuke fueron tras ella. Kato se giró y Natsumi, desde la puerta, levantó las cejas y le sonrió con gesto de superioridad. Kato chasqueó su lengua y se apoyó sobre la mesa de Hana. Yoichi, sin saber qué pasaba, se acercó a Kato para averiguar lo que estaba sucediendo.
      – Déjame – fue la respuesta de Kato, que, malhumorado, regresó a su asiento.
      Mientras tanto, en el pasillo, estaba Hana apoyada en la pared, mirando al techo mientras respiraba lentamente, pero inspirando profundamente. Natsumi apareció, armando jaleo, como siempre.
      – ¡Genial, Hana! – exclamó, sintiéndose orgullosa de su amiga. – ¡Se ha quedado con un palmo de narices!
      – Hana… – Ryosuke la miraba. Ni siquiera desvió la vista para verlos. Sólo bajó la mirada del techo a sus pies. – Venga, que has estado muy bien. – Ryouske y Natsumi se miraban, pensando en cómo podrían conseguir animarla.
      – ¡Demasiado fina, para mi gusto! Ya sabes que yo soy partidaria de soltar muchos insultos ja, ja – dijo Natsumi, intentando que su amiga riera. Pero no había manera. – Vamos, Hana, anímate, ¿vale? – acarició el brazo de Hana.
      – Es que… – Hana parecía por fin reaccionar. Movía enérgicamente sus manos, intentando liberar los nervios que había acumulado. – Kato es mi amigo y ha venido a disculparse. Y voy yo y paso de su cara.
      – ¡Pero porque se lo merece! – exclamó Natsumi. No quería creer que su amiga sintiera lástima de alguien que se había limpiado los mocos con ella y luego encima la había pisoteado.
      – Si no me siento mal por ello…
      – ¿Y entonces? – preguntó Ryosuke.
      – Es que… no sé cómo debería sentirme – explicó Hana confusa.
      – Eres demasiado buena – dijo Natsumi tras un largo suspiro. Acarició la cabeza de su amiga – Él se ha portado mal, que digo mal, fatal contigo, y tú no le perdonas. Es lo más normal del mundo.
      – ¿No creéis que deba perdonarlo? – preguntó Hana, ahora sí levantando la vista hacia ellos.
      – ¡Claro que no! Él se lo ha buscado – exclamó Natsumi, sonriendo.
      – ¡Venga chicos! A clase – dijo el profesor de matemáticas, recién llegado, dándoles golpecitos en la espalda para que entraran en el aula.